Los vehículos híbridos surgen como respuesta a la transición entre los motores de combustión y los eléctricos. Las exigencias de la legislación medioambiental, la poca autonomía de los coches eléctricos y la ausencia de una infraestructura de carga adecuada demandaban un modelo intermedio.
Un vehículo híbrido convencional tiene un motor de combustión y ocasionalmente suple la potencia con el motor eléctrico que carga la batería por el sistema de frenada regenerativa. Ambos motores (combustión y eléctrico) suelen funcionar a la vez (salvo en ciudad). A bajas velocidades es cuando el motor eléctrico demuestra su eficiencia reduciendo el consumo. Es por ello que es popular entre los taxistas. Los modelos que no superan los 40 Km de autonomía en modo eléctrico obtienen el distintivo ambiental ECO.
En cambio, el vehículo PHEV o híbrido enchufable (Plug-in Hybrid Electric Vehicle) combina la utilización de ambos motores. Las baterías de los híbridos enchufables son más grandes que las de los híbridos convencionales, lo que les permite tener una mayor autonomía en modo totalmente eléctrico superando normalmente los 40 Km de autonomía eléctrica. Por ello obtienen la etiqueta azul de cero emisiones. Después de esos 40 Km el híbrido enchufable funciona como uno convencional. Con los híbridos enchufables si se gasta la batería podemos enchufarlo a la red eléctrica. La capacidad de la batería y la potencia del motor eléctrico son mayores que en los híbridos convencionales.
Ambos tipos de vehículos híbridos tienen un sobreprecio y un sobrepeso si se comparan con sus homólogos con motores de combustión pero ostentan las ventajas que les otorgan sus distintivos ambientales, si bien no están exentos de polémica por la homologación de las cifras de consumo de los híbridos enchufables mediante el protocolo WLTP cuyas cifras no son reales especialmente en los modelos más potentes y pesados que no buscan desarrollar la eficiencia a costa del rendimiento y, sin embargo, obtienen un distintivo ambiental cero emisiones.